Viviendo con una ataxia de Friedreich desde hace más de tres décadas

martes, 26 de marzo de 2019

Distinta.


Cuando la noche aúlla solo los lobos pueden dormir. El miedo se contrae sobre la almohada y algo te empuja a descender hacia la nada. Negra. Muy negra. La soledad crece dentro de ti, la impotencia te ahoga mientras las lágrimas escuecen.
Y una mano te recuerda que estoy aquí. Y todo se empieza a calmar poco a poco.
Tengo una enfermedad neurodegenerativa desde que era niña, pero nunca me he considerado una persona enferma. Mucho menos una mujer enferma. Esa es mi suerte, o mi mayor desgracia; depende desde donde lo mires.


Hay momentos malos, horribles, que no se pueden disfrazar. Ni esconderte hasta que pasen de largo. A veces el viento golpea contra ti como si pudieras aguantar todo. Y no sirve pedir clemencia, se ha olvidado de que en este cuerpo vivimos dos. Una enfermedad a la que ya le da todo igual, y una mujer a la que no le da igual nada.
Hay quienes solo ven a la enfermedad, por lo que la mujer, con el tiempo,  se va olvidando de ellos. Si no me buscas en tu alegría, olvídame en tu pena.
O es que a todos no le podemos caer bien…

Dicen que nuestros pensamientos pueden ser nuestro peor enemigo. Quizás, tal vez. Pero hay que domarlos para que sean lo contrario.  Pienso que los verdaderos enemigos de cualquier persona que conviva con una enfermedad, o con cualquier otro abismo, son la apatía y el dolor.
A la primera se la puede vencer, al segundo mitigar… intentarlo al menos, pero sin ganas no hay nada.

Cuando te das cuenta de que no eres el centro del mundo, ni de nada, sólo de ti. Es cuando puedes empezar a trabajar, a darte cuenta de que hay gente que le importa tu bienestar tanto como a ti el suyo. No luchas solo por ti.
Se trata de no ser egoísta.


No es fácil. No, no lo es. Sacar fuerza de donde piensas que no la hay, ni crees en ella. Ni en ti. Pero algo, quizás el amor o, tal vez, los sueños, te impiden cerrarte. Decir: se acabó. Porque, no sé muy bien desde donde te gritan que hay algo más, que tiene que haberlo. Que la esencia de la vida es pasar sobre los ratos malos para poder disfrutar de los buenos.
Pero pasar sobre la maldad y la torpeza del mundo, no quedarte anclado allí. Sólo tenemos una vida sin tiempo para la tristeza, para dormirnos sobre ella.
Si no quieres dar pena, no te la des a ti mismo. Trabaja, lucha, sueña, enamórate. Siempre hay algo más.


Y si no hay lo inventas.
No se trata de perder la cabeza ni de vivir fuera de la realidad, se trata de intentar ser feliz. De creer en la vida. De ocupar tu tiempo. De aprender a ser positivo. De poner a todos tus fantasmas un lacito rosa. Y de aniquilar el miedo.
Respeto y precaución siempre, miedo nunca.  La tristeza en pequeñas dosis y la mala hostia olvidada en un rincón.
¿No has visto que la amargura solo aparta a la gente de ti y te deja hecha un guiñapo? ¿Y qué se consigue? Al menos con una buena llorera le das cierto sentido al mundo.

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