De pequeña comencé
a perder el equilibrio al caminar, la
cosa siguió avanzando y a los trece años abrieron la caja de los truenos: me diagnosticaron
una rara enfermedad degenerativa muscular. Sin cura.
¿Cómo se
come eso? Ese dato me sobraba, lo arrinconé. Quizás el enterarme tan pequeña
fue un tremendo error, o tal vez el mayor acierto de mi vida porque no entendí
nada. No quería entender, no quería estudiar; ni gente seria, ni tristeza, ni médicos. Y empecé a suspender porque no me
daba la gana estudiar.
Ahora, justo
ahora, ahí sólo veo una niña con miedo, mucho miedo, a no ser normal y a llamar
la atención. Supe de burlas cuando tropezaba, pero nada comparado con la indiferencia
de un adulto que te conoce hoy en día. El corsé de hierro hasta la barbilla que
llevé durante meses `y del que se acuerdan mis compañeras no tiene nada que
ver, tengo y tenía la columna desviada, pero eso no es un síntoma de mi
enfermedad. Ni mucho menos.
Mi
enfermedad… ya son cuatro décadas conviviendo con ella. Ataxia de Fiedreich.
Aprendiendo. Cada día es diferente, aunque por suerte hace muchos años que me
convertí en una indomable luchadora; con gimnasia, ejercicios de rehabilitación,
piscina. Hace más de 25 años, cuando cogí mi silla de ruedas.
Unos días se
puede más que otros. Pero hay que seguir y punto.
¿Bruta?
Como un “araó” (de las mulas), que diría mi madre.
No, es que
esto no tiene tratamiento hoy por hoy.
Pero
volvamos a la magia. Estoy casada y soy escritora, ¿por arte de magia? Ya me
gustaría a mí, pero la vida no funciona así. Y soy la persona más normal del
mundo. La magia la viví con mis compañeras de la E.G.B. Cuarenta años después…
El pasado
día 23 de noviembre tuvo lugar el ansiado encuentro.
-Una caña
más y nos vamos. –le dije a mi marido.
Estábamos en
la barra del restaurante donde habían
quedado a comer. Desde un principio me pareció excesivo meter a mi
enfermedad, a mí y a mi silla en una comida con casi treinta mujeres
desconocidas, o eso pensaba yo. Necesito tranquilidad, confianza y seguridad
para hacer las cosas sola. Luego me lesioné en la piscina, pero aún así fui un rato antes porque me lo pidieron, y
yo también quería verlas:
-Acaba de
pasar Lolita Robledillo por la calle mirando el móvil.
Mari Carmen
García, me dijo una voz interior, como las vuelvas a llamar por el apellido te
la ganas. Estaba tan nerviosa. Pensé que no iba a reconocer a nadie, pero al
ver a Lolita Robledillo mirando el móvil me di cuenta de que el salto al pasado
manchado de presente no lo iba a olvidar.
CUARENTA AÑOS DESPUÉS… 3
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